MI PEQUEÑO RINCÓN DE MUNDO
Actualizado: 18 jul 2021
Un joven negro, no tiene más de 18 años,
va de mesa en mesa con una caja
repleta de pulseras.
Yo estoy sentado en una esquina intentando calmar
una terrible resaca con un café
que me sabe a whisky.
El negro se acerca a mí,
me mira con sus ojos grises,
rotos y apagados,
y me pregunta
si me interesa alguna pulsera.
Hurgo en mis bolsillos,
siento un duro pinchazo
en el costado al moverme,
consigo sacar unas
cuantas monedas
y ponerlas en su mano.
El chico deja caer una pulsera
sobre la mesa,
la agarro y la vuelvo a echar
dentro de su caja.
—Quédatela tú, no soy de llevar
pulseras, —le contesto.
Me sonríe, me da las gracias,
y sigue con su lento caminar
deambulando entre mesa y mesa.
Sus pasos le llevan hasta
una vieja pija, rubia y bizca
que está tomándose
un mojito con dos pajitas,
una sombrillita y mucho hielo.
—¿Otra vez tú?
¡Todos los días igual!—
le empieza a gritar cuando
el negro se acerca a su mesa.
La vieja puta, llena de collares
y anillos, no para de decirle
mierdas al pobre chaval:
—¡Es que no es normal!
Un día tras otro,
ya basta por el amor de Dios,
una no puede ni tomarse
algo sin que la molesten—.
Él se calla y agacha la cabeza.
No la aguanto más,
me molesta su voz,
me giro, mi silla casi
se parte en dos,
ahora no siento ningún dolor,
la miro fijamente, quiero matarla,
por un momento me imagino
a mí mismo ahorcándola
con sus propios collares.
—¿Sabes qué pasa?
que el pobre chico tiene
que comer todos los días.
¡Eres asquerosa!—,
le grito.
Ella se queda callada.
Todo el bar nos mira.
Todo el bar nos juzga.
El pobre negro no quiere problemas,
sigue caminando y se pierde
más allá del bosque de mesas.
La puta pija agarra su vaso,
retándome con la mirada,
y se dirige hacia dentro del bar.
La gente empieza a murmurar,
vuelvo a colocar mi silla
y le doy un buen sorbo a mi café.
Me atrevería a decir que el mundo,
mi pequeño rincón de mundo,
ahora es un poco mejor.
Incluso el café,
ya frío y a punto de ser abandonado,
me empieza a saber a gloria.