MORIR ALLÍ MERECÍA LA PENA
Su rostro de ángel era la sala de espera
justo antes de bajar al infierno.
Me encantaba lo que me daba,
pero, sobre todo,
lo mucho que no me prometía
ni me prometería jamás.
Ella me ofrecía algo único,
algo que muy pocos llegan a valorar:
el privilegio de conocerla tal y como era.
Aquello me hacía sentir superior
a tantos otros hombres
que habían pasado por su vida.
A tantos que pasaron, y que pasarán,
pero que jamás tuvieron la intención,
ni el valor, ni el placer de conocerla.
Lo nuestro era una especie
de pacto de sangre entre ambos.
Nos ofrecíamos
una dolorosa y adictiva
dosis de verdad en un mundo
en el que predomina la mentira
Sólo teníamos una sola condición:
ninguno podía enamorarse
del otro.
El juego había comenzado;
las reglas estaban claras
y,
aun así,
ambos sabíamos
que tarde o temprano
allí yacería un cadáver.
Carlos Kaballero