Noches que eyaculan sangre, dolor y vino
AQUELLOS TONOS GRISES
Estaba disfrutando de un café refugiado en una pequeña cafetería, cuando te vi deslizarte calle abajo. Estaba lloviendo, las gotas corrían por el cristal impidiéndome verte con claridad. Aun así, te reconocí al instante. Quizás fue tu melena despeinada cayendo sobre tus hombros, tu caminar calmado pero decidido o el contoneo hipnotizante de tus glúteos. Me bastó con aquel breve y fugaz vistazo para reconocerte entre aquellos tonos grises y apagados. Ibas escondida bajo un paraguas negro, caminabas por el borde de la acera evitando pisar los charcos. Sin dejar de mirarte, le di un trago al café y fui directo hacia la puerta. Llevaba sin verte más de cinco años. Me apoyé contra el cristal y me quedé observándote, como quien contempla partir un tren que se aleja, imparable, entre una densa y misteriosa niebla. Apenas fueron un par de segundos. No te dije nada, jamás pensé en hacerlo. Hay ciertos instantes que es mejor dejarlos pasar, concentrarse simplemente en admirarlos. Cualquier otro movimiento podría haber sido letal para ambos.