Poema de Amor de un Jueves 3 de Septiembre a las 4:31 de la madrugada
Estaba tirado en el baño, abrazado al váter, desnudo y pensando en la muerte. <<Espero que el final no sea una eterna resaca>>, conseguí escribir en mi libreta. Luego seguí vomitando. Nunca he sido de vomitar, no solía hacerlo; pero aquella mañana el alcohol se empeñó en salir de mi boca al doble de velocidad de la que entró.
Me levanté, como buenamente pude, y conseguí llegar hasta la cama. Sobre ella aún estaba la maldita botella de whisky. Unas horas antes la amaba, ahora no soportaba verla allí —esto me hizo recordar al amor—. La agarré con rabia y la tiré de la cama. Cayó directamente contra el suelo. No se rompió. La hija de puta era dura, más dura que yo.
Cerré los ojos, todo me daba vueltas. Rápido tuve que volver a abrirlos. Me quedé observando la ventana y volví a pensar en la muerte. Agarré la botella de agua que tenía en el suelo y empecé a beber de ella. El agua me sabía a whisky. Esto provocó que mi estómago volviese a darse la vuelta y buscase desesperadamente mi garganta para poder escapar. Desnudo y tapándome la boca con ambas manos, salí corriendo hacia el baño. Volví a vomitar un par de veces más.
El olor era terrible. Me rendí. Me negué a moverme de allí. Me quedé tumbado en el suelo mientras la escobilla del váter me apuñalaba la espalda. Esto me hizo gracia. Comencé a reírme. Estuve un buen rato allí tirado, desnudo, lleno de vómitos y riéndome como un maldito demente.
El pesado del vecino tocó la puerta.
No contesté.
—¿Estás bien? Te he escuchado llorar y vomitar —gritó desde fuera.
—Todo está bien —le respondí.
Tras esto, escuché cómo se alejaba.
De nuevo, las malditas arcadas volvieron a la carga. Me asomé al váter. Metí mi cabeza en él, pero no conseguí echar nada. Estaba vacío. Ya no quedaba nada en mi interior. Me levanté como pude del suelo, me limpié la boca con un poco de papel y regresé a la cama.
Una vez allí, agarré el móvil y vi que tenía diecisiete mensajes sin leer. Lo dejé caer de la cama y rodó hasta detenerse justo al lado de la botella de whisky.
Con aquello ya era suficiente. No me prometí nada.
Con los años, he aprendido a no prometerle mierdas a la vida
que no podía o no pensaba cumplir.
Al despertarme, sería un nuevo día:
Me tocaría limpiar el baño,
recoger la botella de whisky
y ponerme a escribir.
Así de simple
y así de trágico.
CarlosKaballero