UNA DECLARACIÓN DE AMOR
Era una de esas mujeres incatalogables.
Se ganaba la vida enseñando
el coño por la webcam.
En sus ratos libres leía poesía
y pintaba cuadros con una delicadeza
y ternura increíble.
Su sueño era perderse en una cabaña de Hawái
y poder levantarse todas las mañanas
admirando el amanecer desde su balcón.
Lo que más me atraía de ella
era su mirada.
Sus inmensos ojos negros expresaban
una ternura impropia de este mundo
tan devastado.
Mirarla era como admirar el cosmos:
tan impredecible como excitante,
tan oscuro como lleno de luz,
tan misterioso como enigmático.
Una noche, borracho en casa,
me topé con una foto suya
y decidí escribirle.
Fui directo
—seguramente demasiado—.
Le solté un contundente y sencillo:
<<Las mujeres como tú viven y mueren solas>>.
Era lo primera vez que le escribía,
antes de aquello
jamás me había atrevido a hablarle.
Nunca me respondió,
no volví a saber nada más de ella.
Mis palabras fueron un halago,
un mensaje de amor,
un acto sincero de admiración;
pero creo
que nunca llegó a entenderlas.